Como anunciaba Nietzsche, el
mundo de la posmodernidad se zambulle de lleno en el nihilismo, en la nada. Sin
parámetros que nos oriente, rumbo, ni dirección, nos movemos sin saber hacia dónde.
Cuando miramos dentro de nosotros mismos nos encontramos perdidos en un
laberinto de espejos: instintos, miedos, dudas, deseos, emociones,
pensamientos, dolores y alegrías. Y ¿no sabemos quienes somos? ¿Cuál es la voz
de nuestro interior que nos representa realmente? Cuando miramos hacia fuera el
espectáculo es más desolador. Parece que todo está trastocado. Asociamos la
idea de política con la de corrupción, en vez de servicio público; el trabajo,
si es que lo tenemos, es una forma de llevar el sueldo a casa, en vez de una vocación;
hemos convertido la naturaleza en un almacén de materias primas más que un
ecosistema del que somos una parte más, importante, pero no exclusiva;
todo se ha transformado en negocio y el
hombre en consumidor.
¿Qué nos depara el futuro? No
podemos predecirlo. No sabemos si el tiempo que viene será mejor o peor que el
que abandonamos. Sospechamos que será mejor. El siglo XXI nace entre dolores de
parto, pero impulsado con vientos de cambio y cantos de esperanza. Un espíritu
que nos sugiere que las cosas no se solucionarán solas; que tenemos que apostar
por un cambio a través de la educación, un paso principal e ineludible para
encontrar soluciones.
Sin embargo, por paradójico que
parezca, es la educación pública la que, en mayor medida, se ve afectada por
los recortes presupuestarios. La
educación superior, con el plan Bolonia, se ha “privatizado”, y ha
proporcionado una oferta de postgrados sin precedentes, pero inaccesible a
muchas economías familiares. Los profesores se encuentran con aulas
masificadas, y con muy pocos medios para educar realmente a los niños. Por otro
lado, los padres exigen de la escuela, que hagan lo que ellos hacen
insuficientemente en sus casas. Pero es que a ellos tampoco les enseñaron a ser
padres.
Si este panorama en la educación
es, ya de por sí, desalentador, ahora ronda la amenaza de quitar de los planes
de estudios de secundaria la filosofía. Los jóvenes ya no tendrán ética, ni
historia de la filosofía. Quedarán como asignaturas optativas entre una pléyade
de otras más prácticas. Parecería, después del panorama descrito anteriormente,
que esto de la filosofía es lo de menos. Pero no es así. Responde a un plan
“casi conspirativo” para hacernos más tontos y manipulables. “Pienso luego
estorbo” diría hoy Descartes. Posiblemente la intención de los políticos sea
buena. Consideran que hay que priorizar las asignaturas que puedan preparar a
los jóvenes para las carreras técnicas y el mercado laboral. !!Al fin y al
cabo, para qué sirve un filósofo!!! , Sin embargo el resultado será terrible. En
la Edad Media, la filosofía y el librepensamiento fueron perseguidos, incluso castigados con la hoguera.
Hoy a la Filosofía se la condena al ostracismo, se la destierra del aula, se la amordaza. Y ¿qué
sucederá cuando esos jóvenes formados en técnicas, pero con una deficiente
formación en pensamiento crítico, con desconocimiento de los principales
sistemas filosóficos de la humanidad y con nula capacidad de reflexión ética,
lleguen a dirigir los partidos políticos, las empresas, los laboratorios de
investigación, etc.? Nos aguarda un futuro de hombres máquina, hombres capaces
de producir y de consumir pero incapaces de pensar por sí mismos. ¿Es este el futuro que queremos? Basta con estudiar
un poco de historia para descubrir que las mejores obras de la humanidad y los
mayores avances del espíritu humano estuvieron alentadas por la reflexión
filosófica y el humanismo. Grecia del s. V a. de C., el Renacimiento europeo,
el nacimiento del estado de derecho y el reconocimiento de los Derechos
Humanos, como ejemplo, estuvieron alumbrados por pensadores y filósofos. La
historia también nos recuerda a qué tiempo de oscuridad cultural y fanatismo
llegamos cuando la filosofía es desterrada y perseguida.
Es hora de defender la Filosofía.
Ella, nació libre. Es el más alto monumento a esa libertad que no puede ser
vulnerada por cadenas ni hierros, la libertad de pensar por uno mismo, la de
amar la verdad y buscarla sinceramente. El pragmatismo y el utilitarismo la
están reteniendo contra su voluntad, contra la voluntad del hombre, contra la
voluntad de todos nosotros.
Víctor Vilar Gisbert. Publicado en la revista Plural. Abril 2013.